23 junio 2013

Un director de escuela

"El director quiere hablar con usted el viernes a las cuatro ¿puede venir?" me preguntó una voz de mujer al otro lado del celular lleno de inútiles teclas y aplicaciones que solo uso para hacer y recibir llamadas. Primero respondí que no porque, en el fondo, hasta hoy no me acostumbro a que cualquier mortal pueda interrumpir lo que yo esté haciendo -rascarme la panza, por ejemplo- para imponerme sus urgencias u obligaciones. Pero acepté ir porque, en realidad, era un buen día y mejor hora para lo que parecía ser una entrevista de trabajo tardía, pues el director representado por la voz femenina en mi teléfono dirigía el colegio donde venía yo dictando algunas clases de preparación para exámenes internacionales de factura inglesa. Y fui.

Me vio cuando llegué cinco minutos antes de la hora pactada, pero me hizo pasar por el consabido tiempo de espera que cualquier director de escuela debe hacer respetar a quienes hacen antecámara para conversar con ellos. Considerando el tamaño de la escuela, los diez minutos de espera fueron proporcionales a sus casi 350 alumnos reunidos en lo que alguna vez fue una cómoda residencia de techo a dos aguas y pisos de madera, suficientemente amplia para una familia acomodada de cuando el barrio donde está ubicada producía alimentos de pan llevar. Transcurrido ese tiempo, en el que paseé en un recinto de vetustas paredes cubiertas de diplomas ganados por el colegio por participar en eventos de otros colegios, me hicieron pasar a lo que alguna vez pudo haber sido la sala de recibo o estudio de la casa, con chimenea en desuso incluida, y reconocí al personaje con pinta de párroco de pueblo, curva ventral incluida, que ya había visto deambulando con ojo avizor por el pequeño patio multi-propósito del colegio.

La conversación fue agradable debido quizá a que mi interlocutor no mostró mucha convicción al tratar de insuflarle el cariz de entrevista de trabajo. Estaba claro que ninguno de los dos estaba muy interesado en formalizar el diálogo. Él por su visible aburrimiento de enésima entrevista repetida y yo por mi casi nulo interés por hacerme cargo de grupos de escolares a quienes les importa un bledo el constructivismo o la mayéutica que alguna vez traté de filtrar entre sus imágenes mentales cargadas de video-juegos, video-sexo y video-violencia. Así, aunque nuestra conversación debió transcurrir alrededor de las preguntas recomendadas por los gurús de los recursos humanos, nos dimos maña para desarrollar temas de viajes, turismo al volante y profesiones. Hasta que llegó el punto en que mi enterado interlocutor hizo un monólogo descriptivo de la docencia escolar, su condición de director de escuela lo facultaba a ello.

"Ser profesor de colegio es una forma de vida. Al ser profesor de colegio te conviertes en parte de la familia de los alumnos que ves pasar desde que son pequeños hasta que terminan la secundaria" dijo a modo de introducción. Supe entonces que me hallaba a puertas del conocimiento práctico, quizá filosófico, de la vida de un profesor de escuela privada en el Perú. Apoyé el mentón en la palma de la mano izquierda, tomé nota mentalmente que me había olvidado de afeitarme para la ocasión y me apresté a escuchar con genuino interés creado por el tono confesional que el asunto había tomado. Habló acerca de la poca utilidad que los conocimientos tienen para la vida adulta de los alumnos y de la perentoria responsabilidad social de las escuelas para fijar valores -creo que el verbo inculcar fue usado. Describió un mundo donde los profesores nunca hacen dinero suficiente para un retiro decente ni tampoco pueden tener más recompensas que ver egresar anualmente del colegio a grupos de niños convertidos en adolescentes -no pude colegir, discúlpenme, el aporte de la escuela más allá del crecimiento natural de los seres vivos egresados de sus aulas, ya que la inutilidad de los conocimientos había ya quedado zanjada en la alocución y mi mente se negaba a quitarle a mi familia el mérito de imbuir valores. Al final disertó acerca de la docencia de sacrificio cargado de apoyo a los alumnos y sus familias, seres en formación ávidos de valoración todos ellos al fin.

Mi aporte a la mutua confesión fue explicarme en voz alta el paupérrimo nivel académico y actitudinal -algo sé de la jerga docente- de los estudiantes universitarios que pueblan las universidades privadas peruanas hoy en día. Continué, sin poder contener el vómito confesional, afirmando que dichas universidades habían ido bajando sus exigencias académicas hasta casi convertirse en una extensión de los colegios donde los conocimientos, estaba claro, no sirven para la vida adulta. Después de regurgitar aquellas ideas, cerré la boca pues intuí que tocaba un punto sensible de la filosofía de vida del director sentado frente a mí, y de todos los directores del Perú. Filosofía que, seguí intuyendo, motivaba su afán de lucha desigual contra la incomprensión de los padres sobreprotectores -que son la inmensa mayoría-, de los alumnos insolentes -que son todos los sobreprotegidos-, y de los burócratas ministeriales -que son los que plagian planes educativos de países desarrollados.

Intuí que había logrado callarme a tiempo para no destruir con otras cuatro frases la cápsula de justificación que cubría su frustración, inherente al profesor escolar de estos tiempos. Callé para no hacerle notar su condición de hoja al viento que exhalan quienes vienen construyendo una sociedad cargada de facilismo y pragmatismo exento de conocimiento auténtico y olvidado de valores legítimos. Aún cuando la intuición no es una de mis virtudes, logré callarme a tiempo porque, después de todo, me había caído en gracia el director con pinta de algún cura de mi pueblo natal, quizá porque compartía mi afición por manejar largas rutas de bosques, nevados y tradiciones perdidas.

Apalancamiento Financiero y Chanchos Volando

Hasta hace algún tiempo las ganancias por inversiones se lograban a través de la colocación directa de un grueso capital en la bolsa de valores, ya sea en acciones o en productos, lo que dejaba de lado a los que debemos trabajar para caminar. Como sea, era, y sigue siendo, dinero nada productivo, sólo especulativo. En estos días, existe un ingrediente llamado apalancamiento financiero, que, en medio de una bruma desinformativa, es dinero adicional que acompaña a inversiones pequeñas para permitir que éstas multipliquen sus ganancias ... o pérdidas. ¿Dinero Adicional? Sí, el broker mediante el que realizas tu pequeña inversión pone su dinero en proporciones de hasta 1 a 400; es decir, si tu inviertes $1.00, el broker pone automáticamente hasta $400.00 de sus arcas, de ese modo tu inversión tiene posibilidad de obtener una ganancia expresable en billetes y no sólo monedas de centavos. Es, entonces, el apalancamiento financiero una ayuda necesaria, condición sine qua non ¿Lo hacen por solidaridad o bondad financiera? No, éso no existe en este mundo. Y aquí viene una pregunta no retórica ¿De dónde viene ese dinero de apalancamiento? Hasta ahora todos los representantes de brokers operadores en bolsa o cambio de divisas a quienes les he planteado la interrogante, que no son pocos, se han lanzado a repetir una larga alocución de los mecanismos y beneficios del mercado de capitales, sin explicar ni una pizca la procedencia del dinero que nos apalanca, que nos apoya desinteresadamente. ¿Razones para esta reserva de información? o no lo saben porque tampoco les han explicado claramente, o no deben decirlo porque debe mantenerse fuera de todo análisis. Cualquiera de las dos posibilidades lleva a la misma motivación: mantener al público ignorante de cuáles son los cimientos en los que se ha construido este edificio de múltiples cubículos llamado Quinta Inversiones Minoristas.

Es meridianamente claro que FOREX es un negocio basado en compra y venta de divisas, que el mercado de productos a futuro especula con alimentos básicos y materias primas, y que las acciones de empresas varían por más de mil variables objetivas y subjetivas; todo apuntalado por el Contrato por Diferencia -o CFD- que es el procedimiento financiero que permite ingresar a inversores minoristas al circuito financiero, procedimiento inventado para engrosar el número de víctimas de cracks y mini-cracks económicos. Está claro cómo se mueve el dinero, minorista y mayorista, y el papel de sus múltiples actores. Ésa no es la pregunta. Lo que no es ni lejanamente claro es de dónde viene el grueso del dinero que apuntala a los pequeños inversionistas que arriesgan ahorros y capitales de trabajo, ése dinero fuerte que no duda ni un mili-segundo en acompañar cualquier apuesta bursátil o de divisas, sin exigir colaterales de ninguna especie a ningún habitante del orbe.

Si creen que la respuesta se encuentra en el capital exigido a los brokers para operar oficialmente por instituciones reguladoras estatales, pues acá les van dos observaciones: (1) la gran mayoría de países no regulan esas actividades disfrazadas de decencia con ternos Armani y (2) los pocos países que sí regulan no pueden saber a ciencia cierta de dónde exactamente viene ese capital que llega a destino después de estrambóticos periplos internacionales. A estas alturas, mi opinión va asomando la nariz: es dinero sucio el que apoya y apalanca al dinero legal de los esperanzados (muchas veces estafados) inversores minoristas para permitir que participen también de los beneficios del sistema financiero, con la única retribución de ver a la democracia extenderse a los bolsillos de las clases dependientes de un sueldo o un ingreso PYME ... y que el inmenso capital manchado de crimen e ilegalidad salga a la luz del sol sin pago de prebendas a sicarios de las finanzas. ¿Opinan diferente? Muéstrenme mi error con pruebas al canto y podré al fin creer que los avatares financieros mundiales son sólo obra del azar y que los operadores financieros mayoristas del orbe sí forman parte del género humano. Podré creer que los chanchos vuelan.

16 junio 2013

No más Nausea, no más cinismo.

Hasta que llegó a nivel del cuello y empezó a afectar al sano raciocinio que cualquier hombre debe tener para tomar decisiones que lleven su vida hacia adelante. Hasta que el nivel de putrefacción, y el consecuente cinismo tantas veces necesario para sobrevivir, empezaron a ahogar mi esperanza en un mundo mejor. Si ese mundo mejor sólo existe en mi imaginación, así sea, habrá que vivir en un mundo paralelo donde el disfraz del malo de la historia sí se descubre. Habrá que vivir, entonces, en ese mundo paralelo alejado de la cruda realidad en la que los llamados expertos en el éxito individual hacen de la conciencia limpia una carga incómoda para maniobrar camino a la acumulación estrictamente material que exige la sociedad actual. Escapo con esta declaración del aceitado mecanismo informativo que apaña sistemáticamente a la conducta criminal de cuello blanco y manos enlodadas a la espalda.

Se acaban para mí los noticieros tendenciosos, las imputaciones basadas en medias verdades repetidas como la canción del verano, las preguntas complacientes a analistas a sueldo, y las declaraciones políticas hechas con cálculo de resultados al nivel infinitesimal; tan infinitesimal como el interés que todos los anteriores tienen por la búsqueda de la verdad. Se acaban para mí las sesudas investigaciones y elaboradas entradas de blog que muy pocos leen con real interés y compromiso. Se acaban para mí los eternos lamentos sobre desgracias perfectamente evitables de la minería ilegal, de la corrupción a flor de piel, del abierto tráfico de personas, del constante abuso laboral con anuencia estatal, del narcotráfico institucionalizado en toda la red social, de la vista gorda ante la violencia de las calles y los campos, de la protección al mercantilismo sin industrias ni marcas, de la manipulación política de la historia, de tanta y tanta historieta vertida sobre nosotros a ducha abierta y ventilador al máximo.

Rescato sí de la cloaca sellada al caudaloso río que lava capitales mal habidos, donde discurre inexorable la ganancia que produce la mugre de cuyo hedor me alejo, discurre con su alto poder de corrupción desde su más pequeño afluente a su delta en el mar. Los matices del color sucio en el dinero no existen, el color sucio es funesto por igual; sin importar el crimen que lo parió, causará siempre la misma nausea de cada día. No renuncio a seguir siendo parte del inmenso grupo de ilusos que, balde en mano, seguirá tratando de reducir el caudal de dinero excrementicio que riega este nuestro mundo de hoy.

02 junio 2013

Periodismo Económico o El Gran Bonetón (Segunda Parte)

La pobreza, como tantas otras condiciones del ser humano y su entorno, es producto de la organización social que el hombre ha construido para hacer que la convivencia sea más llevadera en todos los aspectos de la vida de un ser humano promedio, máxime cuando la mayoría vivimos desde hace un buen tiempo apelotonados en masas de gentes y casas llamadas ciudades.

Definitivamente la pobreza es injusta pues parte de la posibilidad que un hombre desee poseer un bien sin poder obtenerlo por falta de ingresos, mientras que otro hombre sí podría obtener el mismo bien sin esfuerzo adicional. Bajo el supuesto negado que hayan campesinos que no deseen poseer un buen par de buenos botines para el campo para reemplazar las inseguras ojotas no quiere decir que no sean pobres, al margen de si su ingreso está o no debajo de cierta línea divisoria.

Aún cuando ha sido escrito hace casi un año, el artículo de Carlos Parodi "¿Cómo se mide la Pobreza?" pone en la palestra el ingrediente subjetivo del tema de la pobreza, porque las diferencias de opinión, por ende de métodos de medición formalizados, puede atomizarse al nivel individual. Sin embargo, volviendo a la organización social que nos permite convivir, son los planes de desarrollo de los gobiernos los que deberían fijar un sólo indicador del bienestar básico, o línea de pobreza, invariable a lo largo del tiempo y fijado por encima de lo que el más optimista de los ciudadanos sanamente proponga como nivel de satisfacción de necesidades básicas. Al hacer ello, se estaría cumpliendo con la condición de gobierno representativo y de estado sostenible en el largo plazo.

Hay que apuntarle a luna y darle a la punta del cerro y no limitarse a apuntarle al arbusto y terminar patéticamente cavando en busca de la línea de pobreza monetaria entre las raíces más sombrías de nuestra sociedad. Cosas del Gran Bonetón y su lampa.