16 marzo 2013

El Papa de Flores


Enhorabuena a Francisco I y a la inmensa feligresía católica romana en Latinoamérica. Y parabienes por la prometedora frase "... me gustaría una iglesia pobre..." que, aunque sólo expresa un buen deseo del nuevo Papa, abre un resquicio de ilusión por el cambio largamente anhelado por los católicos del mundo. Considerando que iglesia, por definición, es la congregación de fieles y ésta es probadamente pobre en su mayoría, el papa debe haber querido decir, usando un término incorrecto, que desea ver un estado Vaticano más modesto y más cercano al día a día del católico promedio. Buena intención, pero "de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno" reza un antiguo proverbio. Sin embargo, otra frase de la sabiduría popular nos dice que "la esperanza es lo último que se pierde"; démosle pues tiempo al tiempo para que Francisco I convierta esa buena intención en realidad dictando las medidas correctas dentro de su reinado pontificio para deshacerse de tanta ostentación de los monumentos papales, renunciar al lucro financiero del Banco Vaticano, desembarazarse de los pedófilos cubiertos de sotanas católicas y permitir que mujeres ejerzan el sacerdocio, entre otros puntos cruciales de la organización católica romana. Para ello sólo debe seguir el modelo de varias, aunque muy pocas, congregaciones católicas que trabajan verdaderamente para los pobres en algunas jurisdicciones llenas de necesidades. O recordar la formación del Paraguay y la participación activa y central de los jesuitas, su orden, que motivó la expulsión de esa congregación de los reinos españoles por un miedoso rey español de turno.

Ya un rey Francisco I se erigió como "padre restaurador de las letras" del renacimiento francés en el siglo XV, logrando que las artes florecieran y cubrieran los troncos del pensamiento quemados por la edad oscura del predominio papal conservador. ¿Por qué no otro Francisco I, Papa éste, podría ser el padre restaurador de la palabra de Cristo en el templo invadido de mercaderes?. El estado monárquico del Vaticano le da la autoridad y potestad para lograrlo sin necesidad de consultar a congresos u opinión pública. La pelota está en la cancha teñida del azulgrana del San Lorenzo de Jorge Mario Bergoglio, cubierta con el aliento unánime del bonaerense Barrio de Flores que vio pelotear en sus calles al Jorgito de los años 40 de la pasada centuria, el Papa de los años 10 de este siglo.

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