26 septiembre 2011

Ayer recibí un correo.

Ayer recibí un correo de un buen amigo; un correo con justificada amplitud de remitentes. Justificada estaba la resonancia de su envío porque se trataba de la muerte de algunos niños en una zona remota de Cajabamba. Mostraba Gilmer su dolor compartiendo un artículo que escribió Patricia del Río sobre esa tragedia. No puedo estar más de acuerdo con invocar al Garabombo de Scorza, el invisible de los tantos pueblos perdidos en nuestros cerros interminables como lo estuvo hasta hace poco Redondo en Cachachi, Cajabamba. Gracias, Gilmer, por darle espacio en el mundo virtual a este campanazo de alarma para los cajabambinos y para quienes quieren a esta tierra; nos saca del cuadro de los proyectos de desarrollo nunca concretados, de las fiestas patronales de cada octubre, del deseo de ver al oro de Shahuindo salir a borbotones. Definitivamente no estamos listos para la fiebre del petróleo dorado en el norte de los andes, no podemos estarlo si no somos capaces de atender a nuestros niños intoxicados a tiempo, si no podemos dar la alarma de derrame de mercurio antes que se aloje en entraña alguna , si ni siquiera queremos estar en el mapa de la podredumbre de la minería informal aún sabiendo que ya corroe a Cajabamba dejando al segundo valle más grande del Perú en el abandono casi total. Si Cerro de Pasco y sus 2 mudanzas de capital de departamento y Madre de Dios y sus inmensos bosques depredados no existen para el Perú dizque civilizado, ¿cuánto más existirá Cajabamba con Shahuindo en sus entrañas y sus pequeños Garabombos intoxicados? Mea culpa, Gilmer, de todos los que vemos a Cajabamba pintada con los colores más alegres de nuestros recuerdos, que sólo vemos en nuestra provincia la ausencia de los emigrantes y obviamos a quienes sí luchan el día a día con la tierra, que creemos que la Virgen del Rosario mora en nuestra iglesia del doble campanario aún a sabiendas que vive en las laderas de Cachachi al lado de los sobrevivientes.