30 marzo 2011

De Elecciones y Oportunidades de Desarrollo

Miraba televisión nacional el otro día y no pude evitar transportarme mentalmente a los zapatos del posible outsider con que sueñan todos los políticos del Perú. No, no quiero meterme en política, vade retro, pero, otra vez, no pude evitar alucinarme el outsider. Evidentemente, lo primero que hice fue hacer inventario de mis actos presidenciales en mis primeros 100 días como el supuesto hombre más poderoso de la nación. Me vi cambiando el nombre del Palacio de Gobierno por Casa Gris (o cualquier color que me venga en gana pintar las paredes), reemplazando a los Húsares de Junín en el cambio de guardia diario por un animado regimiento de chalanes sobre sus caballos de paso, instaurando el Pasacalle Nacional de Fiestas Patrias en un parque especialmente designado para tal fin, oficializando al pisco como el único licor a usarse en reuniones en Casa de Gobierno, y otras pequeñeces cargadas de simbolismo nacionalista.
Mi imaginación me llevó más lejos aún. Tuve la frescura de pensar que podía elegir un rubro de la economía como sello distintivo de mi período de gobierno (fuera de sueños y alucinaciones, un presidente de una república de poco peso específico como la nuestra debe considerarse afortunado si puede tener libertad de acción para un solo aspecto de la economía de su país). Peliaguda elección si sabemos que en el Perú, como en casi todos los países latinoamericanos, tenemos tantos problemas que enfrentar como oficios ejercen los muchachos provincianos que se levantan muy temprano (hago referencia a Chacalón, no al Cholón), más de 1,000 fácil.
Pues bien, a fuerza de buscar en cada neurona, en cada milímetro cuadrado de mis pequeñas células grises, di con el rubro que sería mi sello, el rubro que me permitiría entrar en la historia de mi país: la productividad. ¿Por qué productividad? Simple, porque para incrementar la productividad de una empresa, cuánto más un país, tienes que fijarte en cada detalle que participe en el proceso productivo. Para el Perú, habría que ser conscientes de todos los factores que participan en la producción de lo que exportamos. Y como los presidentes outsiders de este siglo deben ser más preparados que los de milenios pasados, no debemos hablar de una terna de factores  -capital, tierra y trabajo- si no de todo lo que interfiere o podría interferir en un proceso transparente y eficiente, en lo privado y lo público.
La productividad se encuentra en el bienestar de quienes mueven todas las maquinarias productivas de la nación, por ende, incrementamos la productividad al reducir los tiempos y mejorar las condiciones de transporte de los trabajadores, al otorgar y proteger los derechos laborales de quienes están adecuadamente empleados o no, dejando sin pañuelo el llanto eterno de los empresarios no competitivos que piden siempre reducir los costos laborales. La productividad se encuentra en un Poder Judicial eficiente y operativo que garantice acceso pronto a la justicia por parte de ciudadanos y empresas, lejos de la inmensa mafia actual que inventa un mundo paralelo gracias a pagos bajo la mesa. La productividad se encuentra en servicios del estado de calidad y a precio justo que no inflen los gastos de empresas y del propio gobierno en planillas inútiles. La productividad se encuentra en una competencia leal y limpia, sin los subterfugios de devolución de impuestos vía depreciaciones o reducciones de ISC a combustibles. La productividad se encuentra en el respeto al consumidor final que obligue a las empresas productoras a entregar el producto o servicio con la calidad por la que se paga. La productividad se encuentra en la calidad de la enseñanza de todos los niveles, tanto pública como privada, con toga o sin ella.
La productividad se encuentra, como ven, en cada actividad, en cada persona, en cada actitud. No basta pues, al menos en mi hipotético gobierno soñado, con explotar lo positivo que podamos tener, si no que es perentorio enfrentar nuestras taras y defectos para corregirlos de una vez por todas. Hay, hermanos, mucho pan que rebanar (en tanto que el precio del trigo lo permita).

24 marzo 2011

De Tsunamis y Energía Atómica

Como muchos otros en el Perú, normalmente no me levanto de la silla, sillón o cama en que me pesque un temblor, tan comunes en épocas de cambio de clima, a no ser que el remezón muestre su presencia con ruido de adornos y ventanas de la casa u oficina en donde me encuentre. Como para todos aquellos que vivimos en las inmediaciones del Pacífico norte o sur, la presencia crónica de movimientos telúricos es parte de nuestra vida y compartimos casi la certeza de que mucho no podemos hacer durante un terremoto. Como que mucho no pudieron hacer los altamente tecnificados y más previsores japoneses en el último sismo sufrido en la costa oeste del océano sísmico que compartimos. Además de lo que ya amargamente conocemos, la lección nueva que trae esta desgracia es lo endebles que pueden ser los reactores nucleares productores de energía libre de contaminación.
Ahora que se cierne una amenaza de contaminación radioactiva sobre este planeta, especialmente a orillas de la ribera del mar más grande de la tierra, urge hacer una reflexión sobre qué hacer con nuestra generación de energía eléctrica. Un bien de consumo tan esencial como que sería más fácil que un presidente latinoamericano sobreviva un mes con el sueldo mínimo de su país a que cualquiera de nuestras familias pueda vivir sin energía eléctrica una semana. Tamaña empresa considerando, por ejemplo, que en el Perú el sueldo mínimo mensual es de US$ 215 y que, también en el Perú, el actual presidente pesa el equivalente a dos presidentes chilenos de hoy.
A los hechos: Francia pasó de importador neto de energía eléctrica a exportador gracias a la construcción de 59 reactores nucleares, el segundo país en número de reactores, ya que el primero es, cuándo no, EEUU de Norteamérica que supera la centena. La misma zona asiática en la vecindad del Japón recientemente remecido está cubierta por más de 50 reactores, sin contar con los 56 que posee Japón por sí solo. Aunque Latinoamérica sólo cuenta con cantidades marginales de producción de energía nuclear, comparte los riesgos de posibles problemas en alguno de los más de 400 reactores existentes en el mundo.
¿Qué hacer? El mundo da señales dispares: Francia no dice esta boca es mía respecto a los pedidos de cierre de plantas nucleares que le han llovido desde su vecindad europea, Alemania cierra temporalmente sus plantas antiguas y posterga la decisión respecto a la participación de la energía nuclear en la oferta de energía eléctrica de su país mediante el nombramiento de comisiones, EEUU está más preocupado en invadir otro país petrolero, y todos los ciudadanos de la comunidad internacional estamos aún consternados con la desgracia japonesa y sus secuelas en todo orden. En concreto, todavía no hemos hecho nada, para beneplácito de las empresas o instituciones propietarias de reactores nucleares.
Personalmente diría que, muy a mi pesar, estoy de acuerdo con la posición del presidente del Perú respecto a desnucleizar la producción de energía eléctrica. Pero ésa es una solución que el Perú podría tomar gracias a su geografía que posibilita la construcción de plantas hidroeléctricas y a sus reservas de gas natural, solución obvia aún ante la flaca oposición de quienes ven en la energía nuclear como un negocio redondo. Pero, ¿existen otras alternativas para el mundo? mientras exista petróleo que quemar, no habrá serios riesgos para la oferta mundial de energía eléctrica. Después de ello, o cuando el medio ambiente ya no lo soporte, deberemos buscar, como ciudadanos del mundo, una o varias soluciones viables y sostenibles que no sean tan costosas e ineficientes como lo es la energía eólica o tan peligrosas como la energía nuclear.
Para terminar, o para empezar, debemos ser conscientes que pasaron ya los tiempos en que la decisión de producción de energía eléctrica, como de muchos otros productos, recae en cada país individualmente pues tenemos fronteras de territorio, pero los vientos y corrientes marinas que transportan los desechos de un lado del mundo al otro y de regreso no necesitan pasaportes.

14 marzo 2011

Del petróleo y otros demonios


¿Sabes cuánto cuesta la gasolina en tu ciudad? Seguro que sí. ¿Y sabes cuánto debería costar la gasolina de acuerdo a las autoridades que dizque supervisan su precio? Ahí ya no es tan seguro, pues no mucha gente está al tanto que las gasolinas están “atrasadas” en precio en un 20 ó 30%. O sea: los combustibles en nuestras ciudades deberían ser un quinto o un tercio más caros de lo que ya son. ¿Las razones? El incremento de la cotización internacional, cuándo no, en los EEUU.
Una mejor pregunta, ¿por qué el precio de gasolinas en el Perú siempre ha estado por encima de muchos países del mundo? Tanto como que nos hemos encontrado siempre en el quinto superior de las estadísticas.
Una de las razones se hallaba en los impuestos que se le aplican, como los actuales selectivo al consumo, al rodaje, y general a las ventas. Años ha, solíase hablar de la dependencia del fisco respecto a los impuestos a los combustibles, pero ahora esa dependencia quedó atrás a juzgar por la gradual reducción del impuesto selectivo al consumo, al punto que el GLP, sí, el gas que usamos para nuestras cocinas, ha llegado a impuesto selectivo cero. Y no sólo eso, también cuenta la existencia desde hace algunos años atrás del Fondo de Estabilización de Precios de los Combustibles, que cumple la función estos días de crear un forado temporal al fisco, vía “subvención” a los combustibles; me aventuro a afirmar que el estado peruano desembolsa más dinero a las refinerías de derivados del petróleo que lo que recibe en impuestos aplicables a ese mismo producto, si quitamos el impuesto a las ventas, de aplicación a todos los productos de la economía. Bravo Alan García, podríamos llegar a gastar alrededor de S/. 3,000’000,000 de aquí hasta que entregues la papa caliente a tu sucesor en julio próximo, sin contar lo ya desembolsado en los años anteriores.
Sin embargo, donde veo más grasa que recortar (no, no me refiero a nuestro insigne presidente) es en el cálculo de precio de combustibles en refinerías, antes de impuestos. ¿Por qué considerar como base de cálculo a la cotización neoyorkina que es alta por el pingüe margen de ganancia en las refinerías norteamericanas, sin contar el flete EEUU-Perú que se le adiciona? Llama a extrañeza más aún cuando importamos petróleo de países vecinos como Ecuador y Colombia, donde los precios y fletes son sensiblemente inferiores. Podemos, con esa estructura de precios, darnos el lujo de traer gasolina de Chile (arriba de 46 millones de dólares el año pasado). Muchos cabos sueltos, muchas preguntas que saldar, mucha información que sacar a la luz.
Lo que es cierto e inexorable es que, una vez que los precios de combustibles se “igualen” en el próximo gobierno, no habrá capacidad de maniobra con el GLP y su impuesto selectivo al consumo cero, ni hay una política de precios clara respecto a los biodiesel que, gradualmente, se están introduciendo en el mercado peruano con precios cercanos a la gasolina de 90 octanos. Difícil encrucijada a resolver considerando los mejores beneficios empresariales que provienen de utilizar más recurso tierra para cosechar insumos de biocombustibles, dejando de lado la producción de alimentos. Menudo problema, justo cuando los alimentos suben en los mercados internacionales. ¿Participará el estado en la regulación del mercado agrícola o seremos importadores netos de todo lo que nos llevamos a la boca? –espero que no sea el dedo lo que también nos llevemos a la boca, especialmente en estos tiempos electorales.

Preguntémonos entonces ¿por qué a ningún candidato parece preocuparle el tema del "embalse" de precios de combustibles? ¿es quizás políticamente incorrecto hablar de ajuste de precios apenas se hagan cargo del gobierno? ¿es tal vez más incorrecto para los políticos el recortar las ganancias en exceso de empresas poderosas y optar por desinflar nuestras reservas siempre necesarias ante crisis y mini crisis internacionales? Quién sabe, misterios del proceso electoral peruano.

09 marzo 2011

Recuerdos de mi generación


Tengo 49 años, la edad de mi padre cuando nací en una ciudad gris y húmeda en la costa central del Perú. Ya mi país se había jodido, y varias veces, para ese entonces. Teñí mis recuerdos de verde en la sierra norte de mi patria y de angustia de crisis económica pandémica en los bolsillos de mi generación. Sabemos nosotros lo que es enfrentar y superar problemas serios, por lo que no podemos ni debemos cerrar los ojos al exceso de optimismo que nos invade en estos días, empezando por el de nuestros gobernantes de turno.
El progreso que nos trae el crecimiento económico que venimos experimentando en estos últimos 2 regímenes se siente a la vuelta de cada esquina de nuestras calles cargadas de gente comprando lo que era impensable hace unos años atrás. Y es que lo más preocupante es que ese consumo es el que ha logrado en gran parte el crecimiento del Perú en este último año, crecimiento que superó las expectativas que muchos economistas pronosticaron desde la comodidad de sus poltronas académicas.
¿Qué vendría ahora? Deberíamos ser testigos de la obligada reacción de quienes manejan nuestras finanzas nacionales bajando los ímpetus de los compradores, enfriando el comercio interno, y creciendo un poco menos por consumo interno para no empezar una inflación subyacente de pésimos recuerdos para mi generación.
Hasta acá, el juego estaría claro, los consumidores eufóricos con nuestras tarjetas ingentes de líneas de crédito deberíamos ver nuestro paroxismo comprador controlado para poner pies en tierra, no sin antes ponerle la mala cara del caso al actual gobierno, aunque con la íntima seguridad de saber que nuestro país no se descarrilará.
Pero, esta parte no está sucediendo debido a que el magnánimo gobierno de turno está utilizando nuestro erario para mantener el globo inflado hasta abril o julio del 2011, ¿alcanzarán los fondos para mantener los precios estables aún cuando éstos suben en franco ángulo de pendiente en el mundo? Peliaguda pregunta que, al parecer, deberá responder el gobierno entrante durante sus 100 primeros días de luna de miel política.
Y es que la coyuntura internacional, de subida de los combustibles y de los alimentos básicos, no presenta buena cara a la transición gubernamental, más allá de la voluntad de continuidad que el sucesor de Alan García pueda tener respecto a las políticas del “dejar hacer, dejar pasar” del actual gobierno.
Más aún cuando tanto el petróleo, escaso por las protestas del medio oriente cansado de gobiernos sempiternos, como los alimentos, in crescendo por jugadas de la naturaleza y de los comerciantes de commodities, amenazan con quedarse en la agenda de los economistas por algún tiempo.
Estos dos últimos temas, petróleo y alimentos, merecen ser tratados in extenso en columnas aparte, dada su incidencia en la mesa de cada uno de los habitantes de este loco y cambiante mundo –no sin dejar de recordar que el asunto de los alimentos como reservas ya ha sido tratado en esta columna con anterioridad-.